viernes, 28 de febrero de 2014

Juan Belmonte cambió el toreo para siempre, como Picasso cambió la pintura. Andrés Amorós

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El pasado domingo se cumplían 50 años de la muerte de Juan Belmonte, «El Pasmo de Triana», el torero más popular de la historia. El Aula de Cultura de ABC, que patrocinan la Real Maestranza y Banco Sabadell, recuerda hoy este aniversario con una mesa redonda que se celebrará en el hotel Alfonso XIII y en la que participarán Andrés Luque Gago, Julio Pérez «Vito», Rafael Jiménez «Chicuelo hijo» y Antonio Martínez Díaz, «Finito de Triana», moderados por Andrés Amorós, crítico taurino de ABC y autor de numerosos libros y ensayos sobre la Tauromaquia.

—Decía Gregorio Corrochano en una crítica en ABC tras una gran faena de Belmonte en las Ventas en 1913 que «después de esto, nada: no hay más allá». ¿Fue, sin discusión, el mejor torero de la historia?

—Aquella fue una faena muy famosa en la corrida del Montepío. Corrochano era más partidario de Joselito, pero incluso él se volvió loco viendo la genialidad de Belmonte. A Joselito se le consideraba en conjunto mejor torero que Belmonte, porque era más regular y podía con todos los toros, pero Belmonte podía torear mejor en algunas tardes como esa.

—¿Por qué cree que Belmonte ha sido el torero sobre el que más libros se han escrito en el mundo?

—La razón es sencilla. Como decía Bergamín, «hay toreros con más percha literaria que otros» y Belmonte tenía mucha percha literaria. A Joselito se le consideraba el torero por antonomasia pero tenía poca «percha literaria» porque su vida no fue muy novelesca que digamos, porque él sólo sirvió para torear. A Bach, uno de los más grandes de la música clásica, le pasó lo mismo. La vida de Belmonte, sin embargo, daba para muchos libros porque su carácter era realmente extraordinario.

—De la biografía de Chaves Nogales se desprende la gran calidad humana de Belmonte, su espíritu de superación y su talante conciliador, tal vez una rareza en la sociedad española de su época…

—Era realmente un personaje muy singular y extraordinariamente inteligente, con grandes inquietudes culturales, además de un tipo sencillo.

—Al que no le hizo falta estudiar...

—No. Belmonte era como la mayoría de los toreros, pero tenía una listeza natural como muchos de sus compañeros. En los estudios Sánchez Mejías fue una excepción, aunque es verdad que acabó el bachillerato ya mayor, como Luis Miguel Dominguín, Marcial Lalanda o Enrique Ponce.

—¿Por qué cree que Belmonte fascinó a tantos artistas e intelectuales de su época?

—Por su carácter y su personalidad. Pérez de Ayala tenía una foto de Belmonte en la pared, como si fuera de su familia. Tenía una sabiduría popular muy atractiva y un sentido del humor extraordinario, que en algunos casos también lo hacía temible.

—También, según Chaves Nogales, el carácter de Belmonte resultaba contradictorio y tenía mucho de «fatalista».

—Sí, no era muy racional. Era un artista con todo lo que eso significa: grandes momentos de exaltación y otros momentos de caída estrepitosa.

—Muchos genios en distintos campos fueron personas antipáticas o incluso, por qué no decirlo, malas personas. No parece que fuera el caso, sin embargo, de Belmonte...

—No, pienso en Picasso, que era una persona muy muy complicada, pero Belmonte no era así, todo lo contrario. Era contradictorio, con sus peculiaridades y rarezas, pero sus amigos lo adoraban.

—Una de esas rarezas, según cuenta Salvador Balil en «Juan Belmonte, en la soledad entre dos atardeceres», fue viajar desde muy joven con una pequeña pistola.

—Sí, porque era una persona de luces y sombras que estaba obsesionada con la muerte.

Suicidio
—Belmonte fue un héroe en el ruedo, sin embargo, le faltó tal vez ese temple que tenía en la plaza para afrontar el ocaso de su vida, a la que puso fin voluntariamente con 70 años. ¿Eso formaba parte de su carácter contradictorio?

—Su temple fue su genialidad en el ruedo, como decía Domingo Ortega, pero se trataba de un temple dramático. Sabemos lo que pasó al final de su vida pero no lo que había en el fondo de su pensamiento cuando lo hizo. He encontrado un testimonio de su hija hasta ahora totalmente desconocido, según el cual él estaba muy preocupado porla vejez y por la decadencia física que a todos nos llega. Además le influyó muchísimo ver el final de su amigo Julio Camba, que acabó en la cama de un hospital lleno de tubos y cables. Belmonte no quería acabar así, pero él se fue al campo un sábado y llamó a gente muy cercana a él para que vayan a acompañarlo, pero resulta que no pudo ir ninguno. Eso da que pensar.

—Casi todos los autores que han escrito sobre Belmonte y los aficionados que lo vieron torear dicen que cambió la concepción de la lidia vigente. ¿Está de acuerdo?

—Para bien o para mal, porque todo es discutible, Belmonte cambió la lidia que estaba vigente en su época. Hasta Belmonte el torero se ponía en un sitio, llegaba el toro y te quitabas tú o te quitaba el toro. A partir de Belmonte no te quitas tú.

—¿Por qué?

—Porque él fue el primer torero que empezó a torear con los brazos. Antes de él se toreaba sobre los pies y a partir de él se hace con los brazos inaugurando una estética nueva, la del toreo contemporáneo. Gente tan distinta como el torero Marcial Lalanda o Ramón Pérez de Ayala, reconocen que en todo arte hay un momento en que llega alguien, que es un genio, para cambiar las cosas. Pasó con Picasso en la pintura y con Belmonte en en el toreo. Él cambió el toreo para siempre como Picasso el arte.

—¿Y cree que esa nueva forma de torear le salió así, de repente?

—Sí. Le salió así. El rey Alfonso XIII se lo preguntó una vez y eso fue lo que le contestó. Belmonte era como Picasso, que decía «yo no busco, encuentro».

Derrota al olvido
—Medio siglo después de su muerte, ¿qué ha pasado con su figura?

—Que ha superado el olvido que han sufrido otros toreros de esa época, porque su toreo es el que ha prevalecido. A Sánchez Mejías tal vez lo salvó del olvido Lorca y es posible que en Belmonte influyera el libro de Chaves Nogales, pero es que su personalidad fue tan extraordinaria que sea comlo fuera iba a seguir fascinando a muchas personas. Para el imaginario popular, está mucho más vivo que Joselito. Y hay otra cosa clara, lo sepan o no lo sepan, los toreros que han venido después han seguido su modelo y su concepción estética. Después de Picasso ya no se pinta igual y después de Belmonte no se torea igual.

—¿Hay ahora o en la historia reciente algún torero que se le parezca?

—No hay ninguno.

—¿Su rivalidad con Joselito fue la más emocionante de la historia del toreo?

—Fue la más importante, sin duda. Fueron como el Platón y el Aristóteles de la Tauromaquia, la Tauromaquia entera. El corto período de tiempo en que ellos coinciden es la edad de oro del toreo. Nunca se ha repetido nada así en la historia, sólo se acerca un poco la rivalidad de Dominguín y Ordóñez.

—Y, además, eran grandes amigos...

—Los dos aprendieron mucho el uno del otro y aunque rivalizaban en el ruedo, además eran amiguísimos. Eran muy distintos pero se profesaban un gran afecto mutuo.

—¿Como Nadal y Federer?

—(Risas) Tal vez. Federer sería más bien Joselito por la facilidad, la elegancia y el temple. Soy un buen aficionado al tenis y creo que Nadal lo gana todo a base de fuerza, voluntad y cabeza, mientras Belmonte, aunque también tenía mucha fuerza de voluntad, estaba tocado, además, por una especie de hechizo mágico.

El peligro
—Decía Belmonte que «el peligro es el eje principal de una vida sublime». ¿Lo fue de la suya?

—Sí, sin duda. Siempre estuvo en el borde de la muerte en el ruedo, aunque no era nada loco. Belmonte incluso decía que si los toreros toreaban eran porque firmaban un contrato 15 días antes, que si lo tuvieran que firmar la misma tarde, no toreaban. También decía que el miedo lo vences porque a las 9 de la noche ha acabado todo.

—Recoge Chaves Nogales en su biografía estas palabras del torero: «El día que se torea crece más la barba. Es el miedo».

—Es que el miedo hace incluso vomitar a algunos toreros antes de la corrida. El miedo a la muerte hace madurar a los toreros muy rápidamente. Es la dignidad con la que afrontan ese miedo lo que hace tan admirables, en mi opinión, a los toreros.

—¿Y el miedo al fracaso?

—Ese puede ser peor incluso. Lo dicen muchos toreros. Fracasar ante la gente puede ser peor que la muerte.

«No toreó un día para acabar de leer un libro»
—El padre de Belmonte era quincallero con tienda en la calle Feria. ¿Sus orígenes humildes le sirvieron para que no se le subiera la fama a la cabeza?
—La mayoría de los toreros de esa época tenían ese origen. Había excepciones como Sánchez Mejías. Aquella era la cultura de «más cornás da el hambre». Belmonte nunca se endiosó. Era un tipo muy sencillo al que le molestaba la fama.
—Se relacionó con los grandes artistas de su época: Picasso, Lorca, Dalí, Sorolla, Buñuel. ¿De dónde cree que le vino ese interés por otras manifestaciones artísticas?
—Belmonte, que también era muy amigo de Valle-Inclán y Pérez de Ayala, tenía unas extraordinarias inquietudes culturales. Quería subir, pero no sólo de dinero y posición social, también en el plano cultural. Se apasionó por la lectura.
—Un día incluso no quiso torear por culpa de un libro....
—Sí, es una anécdota maravillosa. El mozo de espadas iba a vestirlo para la corrida de esa tarde y le dijo que no iba porque estaba embebido con una novela. Mandó un parte facultativo y la acabó. Tenía pasión por Dostoievski y por Stefan Zweig.
—Dice el ex ministro británico Garel-Jones, pregonero taurino de la Feria de Abril, que la cultura europea no se entiende sin los toros. ¿Está de acuerdo?
—Nos gusten o no los toros, es así. Por lo menos la cultura hispánica.
—¿Como ve el futuro de la fiesta en España, después de la prohibición de Cataluña?
—La fiesta sufre por la crisis, como cualquier otro espectáculo. Lo de Cataluña es político por unos señores separatistas. La fiesta necesita una regeneración, sobre todo del toro, buscando la pureza, la integridad y sus valores auténticos. La base es la casta brava del toro.
—¿Cómo cree que habría sido una conversación entre Belmonte y Manolete?
—De pocas palabras porque Belmonte hablaba poco, aunque sentenciaba mucho, y Manolete hablaba poquísimo como buen senequista cordobés. Manolete no tenía tantas honduras.
—La hija de Belmonte le dijo que su padre hubiera sido genial en cualquier cosa que se hubiera propuesto. Si le hubiera gustado el fútbol más que los toros, ¿en qué tipo de futbolista actual cree que se habría convertido: Messi, Ronaldo, Iniesta?
—En Messi creo que no, porque Messi es un genio continuo y lo hace siempre todo bien. Belmonte era un genio, pero discontinuo.

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