martes, 22 de abril de 2014

Búcaro para Lebrija. Antonio Burgos


               
                                 




Morirse en Semana Santa es una forma de alcanzar la inmortalidad en Sevilla: nadie se entera y creemos que el difunto aún está vivo. Hasta que un día alguien te saca de la vida su recuerdo: "¿Ah, pero no te enteraste que se murió? Sí, hombre, el año pasado, por Semana Santa..." Así se ha muerto, en el doble olvido de los días del gozo, el que durante cincuenta temporadas, hasta 2002, fue el puntillero de la Plaza de Toros de Sevilla. La esquela venía uno de esos días en que leemos el ABC muy de prisa y le arrancamos corriendo la hoja del cuadrante con el Programa de las Cofradías para echarla al bolsillo y consultarla por la tarde. Supe que era el puntillero de tantos años porque debajo de su nombre, José Muñoz Falcón, ponía su glorioso apodo artístico, el de una dinastía de cacheteros: "Lebrija".
Lebrija era un personaje muy representativo del ser sevillano. De la verdad de una Sevilla nada jacarandosa, que es la honda Sevilla de las jacarandas que pronto empezarán a florecer. Lebrija era la antítesis del sevillano simpático profesional con módulos aprobados. Tomo prestado del gran Manuel Ramírez el retrato de palabras que le hizo en sus años de plenitud, cuando Canorea aún no lo había puesto de patitas en la calle Adriano sin la menor explicación y sin contemplaciones: «Es seco en el carácter, recio, de pocas pero muy directas palabras, sin el mínimo adorno, al grano, sin importarle tampoco qué se pueda pensar o decir de él; se viste de luces, sale a la plaza, ocupa su lugar, tan sólo se le ve cuando ha doblado el bicho y él pega el cachetazo mientras el tendido asiente y confía en su ¿habilidad?, ¿seguridad?, ¿oficio?, ¿arte? De todo, quizás, un poco tiene José Muñoz Falcón "Lebrija"».

Quizá por ser así y por haberlo despedido una cuña de su misma madera, guassssa, ayer no se escucharon en la plaza del Arenal esos cascabeles de las mulas que suenan, funerales y solemnes, cuando la banda para de tocar "Plaza de la Maestranza", el paseíllo de los toreros se detiene en la segunda raya ante el Palco del Príncipe, se desmonteran, la gente se pone de pie y se guarda un minuto de silencio por la muerte de un matador, de un banderillero, de un ganadero, de un trozo de Sevilla o de España. Minuto de silencio como de salida del Baratillo por la estrecha puerta, sólo roto por el emocionante cascabeleo de los dos tiros de mulas y el sonoro vuelo de los vencejos que debutan con caballos. Y como, además, en el toreo de Sevilla se está perdiendo el paladar, no he leído ni un mal padrenuestro en forma de obituario periodístico por este torero. Sí, Lebrija era torero del cachete, en esta Fiesta a la que los mismos de dentro le están dando la puntilla. Hasta el rabo todo es toro y hasta el puntillazo todo es lidia. Lebrija era un torero anónimo, goyesco quizá, solanesco, que se vestía en la misma plaza y que estaba allí, con las dos manos atrás cogiendo la puntilla, esperando el momento en que el toro doblara. Veo una vieja foto de Lebrija en esa postura y me recuerda otra de Belmonte así. Tenía tanto oficio que era capaz de asomarse a la boca de un burladero y descordar de un golpe certero a un toro de pañuelo verde que no había forma de devolver con los cabestros. Así apuntilló un toro que se dejó ir vivo Rafael de Paula. Con tanto arte, que hasta tuvo que dar la vuelta al ruedo. Claro que aquella tarde el presidente era el muy currista don Tomás León y había entonces sensibilidad para valorar estos pequeños grandes detalles del toreo.

Yo que de niño vi apuntillar toros a aquel Lebrija Padre que no vestía de luces, sino con una larga blusa blanca y un manguito de hule en la derecha para la sangre de los morrillos. Yo que supe que un novillo de Diego Garrido mató en la plaza de Alcalá de los Panaderos a Manuel, un hermano de José que continuaba la dinastía, me voy ahora a la memoria de la plaza y de junto a un esportón de capotes de su admirado Pepe Luis, de su venerado Antonio Ordóñez, tomo un búcaro de cuadrilla y sobre su blanquecino barro escribo estas palabras en memoria de Lebrija, el más humilde de los toreros de Sevilla. Divino barro de creación de un búcaro de Lebrija para Lebrija.

sábado, 12 de abril de 2014

Ganas de Semana Santa. Antonio Burgos

Gracias, lluvia que no has dejado que en los últimos años llegue El Cachorro ni a la Magdalena, y que has conseguido, puñetera, que se quede en su astillero de la calle Varflora el divino Barco del Carbón que lleva como mástil el madero redentor del Cristo de la Salud. Te doy las gracias, jodida lluvia, al tiempo que te deseo que este año te quedes en el anticiclón de las Azores con tus castas todas, y que le hagas caso a Maldonado, que es el que sabe en verdad que la lluvia en Sevilla nunca es una maravilla, y menos en estos Días del Gozo. No sé a quién se le ocurrió esa tontería de "la lluvia en Sevilla es una maravilla". Bueno, sí: al que tradujo al español el doblaje de "My Fair Lady", que se acordó de Sevilla para la versión de la frase «The rain in Spain stays mainly in the plain», que es una especie de trabalenguas para saber si se pronuncia bien el inglés. Donde "Spain" puso "Sevilla" y la rimó, claro, con maravilla. Menos mal que no tradujo "Spain" por "Logroño", porque ya pueden ustedes imaginarse con qué iba a rimar la lluvia el gachó.La lluvia en Sevilla nunca es una maravilla. Es un coñazo. Es cuando pasan los autobuses municipales por los semáforos pisando charcos adedre, a toda velocidad, para ponernos pingando de agua sucia a los que esperamos en el paso de peatones: "¡Toma, Moreno!". Es cuando las goteras. Una casa del casco antiguo que no tenga goteras cuando llueve, ni es casa, ni es del casco antiguo, ni es ná de ná. Es con la lluvia cuando el tráfico, ya de suyo espantoso, se pone imposible. Y si llueve en Semana Santa, es que ni te cuento. Con decirte que las leyendas lluviosas del Cristo de la Expiración superan ya a las del gitano del Zurraque cuya muerte en una reyerta inspiró a Ruiz Gijón... Y acabo de caer en la cuenta de otro dual de Sevilla, que esta vez no se lo brindo a Maese Riobles, sino al Rosco de Triana: ¿ha visto usted que el Cristo de la máxima Inspiración humana de un escultor es el divino Cristo de la Expiración?
Pero gracias a la lluvia, a lo que ha llovido en las últimas primaveras, los sevillanos tenemos hoy muchas más ganas de Semana Santa que en todos los Sábados de Pasión de años anteriores. La novelerìa de la Semana Santa sin lluvia. Otros años, tal día como hoy, estábamos hartos de oír a quienes nos decían:
-- ¿Pues sabes tú que este año no tengo yo muchas ganas de Semana Santa?
Este año sí hay ganas. Tela de ganas. Y mira que cae tarde el Domingo de Ramos y que las largas vísperas han sido Frikis hasta el hartazgo. El Lunes Santo es el 14 de abril, lagarto, lagarto. Tiene eso de bueno que el Tonto de la Bandera Republicana no creo yo que la saque con las cofradías en la calle. Y si la saca, nadie le va a echar cuenta. No creo que le pongan al puente más banderas que las de la gracia de las cuadrillas de costaleros del Arrabal:
Qué bonita está Triana:
San Gonzalo por el puente
camino de La Campana.
Tantas ganas de Semana Santa hay que le estoy temiendo al día de mañana, al Domingo de Ramos. Sevilla estrenará mañana, ojalá, Semana Santa sin lluvia. Y con ese estreno, tendrá manos. A manos llenas el sol, el buen tiempo, la plenitud de la primavera, la calor, esa calor de cofradía en la calle a las 4 de la tarde, ese paso largo de los misterios con los faldones arriba como respiradero inmenso... Con tantas ganas de Semana Santa, ¿se imaginan ustedes cuántos miles de cochecitos de niños chicos habrá mañana en las bullas del Domingo de Ramos? Benditos cochecitos de niños chicos, por cierto. Estos chavales de la chaquetita azul que verá usted mañana por toda Sevilla son los que hace quince años llevaban sus madres el Domingo de Ramos en un cochecito. Con el que, por cierto, nos pegó la señora tal cachiporrazo en todo el tobillo cuando estábamos viendo La Paz, que todavía estoy viendo las estrellas. Las Estrellas por el puente. Que es la forma más sevillana de ver las estrellas...

sábado, 5 de abril de 2014

Nunca terminare de amarte. Gloria Fuertes


Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,
te-quiero, he de coser cuando me muera,
e iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos, 
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo, de verme tan constante en mi trabajo


La bordadora
Óleo de Renoir
Limoges, 1841