jueves, 27 de noviembre de 2014

Falsas razones medicas

Falsas razones médicas
Un bebé que nace con una discapacidad grave puede ser querido y cuidado por sus padres hasta que fallezca. La experiencia muestra que estas situaciones pueden lograr sacar lo mejor de esos padres y familiares. Al cuidar al hijo gravemente enfermo, lo estarán amando como padres, ejerciendo su paternidad y maternidad hasta que el niño fallece
Como ha mostrado la manifestación multitudinaria celebrada el 22 de noviembre, el aborto sigue movilizando a las personas. Está en juego la vida del no nacido; un ser humano vivo, que ya vive entre nosotros pero, de momento, se encuentra dentro del útero de su madre.
Es uno de los nuestros; fuimos un día así. Esto no es una licencia ideológica, sino una realidad científica. También está en juego el futuro de su madre y de su padre, probablemente asustados, abrumados por este embarazo, que se sienten solos, abandonados y que necesitan ayuda para poder tomar la decisión más humana. Una decisión que no les convierta en “padres que se han deshecho de su hijo no nacido”, porque no es posible borrar la maternidad y la paternidad.
La existencia de una enfermedad en el embrión o la posibilidad de que muera poco después de nacer son dos cuestiones que resultan insuperables para algunas personas que aceptan por ello el aborto. Hay quien define el aborto “terapéutico” como “el aborto que se realiza por razones médicas”. Se propone a los padres de un no nacido con síndrome de Down. Terapia significa tratamiento y tiene el objetivo de eliminar una enfermedad. Pero es evidente que no hay nada de “terapéutico” en el “aborto terapéutico”.
Ante un paciente no nacido con Síndrome de Down, lo que supone el aborto terapéutico es su muerte, su eliminación, y no un tratamiento para sanarlo. Las “razones médicas” deberían, ante una embarazada, llevar al médico a cuidar a tres personas: la madre, su bebé y también al padre. Afortunadamente se destinan recursos para cuidar a las personas con discapacidad pero, a la vez, se mata a bebés discapacitados antes de que nazcan. La única diferencia que hay entre una y otra situación es que los segundos no tienen todavía el cordón umbilical cortado. Las personas con discapacidad no son “menos valiosas”, deberían poder compartir sus vidas con las nuestras.
En otras ocasiones, los padres reciben la noticia de que su hijo morirá al nacer o poco tiempo después. Esta noticia les causa un sufrimiento grande y necesitan todo el apoyo posible por parte del personal sanitario, de personas que les quieren y otras que hayan podido vivir lo mismo. Pero un bebé que nace con una discapacidad grave puede ser querido y cuidado por sus padres hasta que fallezca. La experiencia muestra que estas situaciones pueden lograr sacar lo mejor de esos padres y familiares. Al cuidar al hijo gravemente enfermo, lo estarán amando como padres, ejerciendo su paternidad y maternidad hasta que el niño fallece.
Cuando un niño nace, no sabemos cuánto va a vivir. Y cualquier duración será corta para quienes le aman. El valor de una vida no lo determina su duración. El aborto supone la muerte intencionada y anticipada de ese hijo. Cuidar a un hijo hasta el día de su fallecimiento ayuda a los padres a superar el dolor de su pérdida. Forma parte del proceso de recuperación afectiva que ayuda a superar una pérdida. A pesar de lo que cueste hacerlo, se recuperarán mejor cuidando juntos a ese hijo hasta su muerte natural y quedándose con el consuelo de haberlo amado hasta el final. Es una solución muy humana. El aborto nunca consigue que “todo siga igual” para esos padres, como si ese embarazo nunca hubiese existido. Habrán sido padres de un bebé enfermo, haya nacido o no. El aborto impedirá el duelo y al dolor natural de esa pérdida, se sumará otro.
Una persona con discapacidad sigue siendo valiosa y siempre aporta algo positivo (véase Pablo Pineda, actor con Síndrome de Down y ganador de una Concha de Plata en el Festival de Cine de San Sebastián, o Daniel Stix, con espina bífida y profesional del baloncesto sobre ruedas). Si una mujer embarazada y su pareja encuentran el apoyo y ayudas necesarios, sacan adelante sus vidas y la de su hijo. Pero cuando una sociedad no valora a la persona por lo que es, sino por alcanzar unos cánones de “calidad” esperados, se va deslizando hacia la discriminación. Ojalá no sigamos por este camino. Ojalá amemos a todo ser humano apasionadamente.
Jokin de Irala es Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra e investigador principal del proyecto ‘Educación de la afectividad y de la sexualidad humana' del Instituto Cultura y Sociedad.


sábado, 8 de noviembre de 2014

Cosas de Anna...


Dichoso aquél que paso por los tormentos,
las tempestades y pasiones de una vida agitada,
como una rosa que florece sin conciencia,
Mas leve que una sombra flotando sobre el agua.
Asi la vida, ajena a la aflicción,
como un sueño frágil, dulce y tierno.
Despertaste...sonreíste...y ligero
regresaste a tu sueño interrumpido

Anna Ajmátova


viernes, 7 de noviembre de 2014

La primavera. Edouard Manet, 1881

La primavera. Edouard Manet, 1881
65,12 millones de dólares. Estas cifras, empañan la belleza
Uff! Hay algo que se me escapa en el arte... La cadencia? 

jueves, 9 de octubre de 2014

Ojos claros. Gutierre de Cetina, Sevilla 1568

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Homilía de S. Em. Rev.ma el Cardenal Santos Abril y Castelló

Opus Dei - Homilía del Cardenal Santos Abril y Castelló (30 de septiembre)El cardenal Santos Abril ante la reliquia del beato Álvaro.
Homilía de S. Em. Rev.ma el Cardenal Santos Abril y Castelló
Misa en acción de gracias por la beatificación de Álvaro del Portillo
Roma, 30 de septiembre de 2014 – 16.30 h.
(Liturgia de la Palabra: Ez 34,11-16; Ps 23[22],1-3.4.5.6; Col 1,24-29; Jn 10,11-16)
Con gran alegría estamos reunidos hoy en esta basílica romana dedicada a Santa María. Nuestra Eucaristía cobra un matiz particular, pues agradecemos al Dios tres veces santo por la reciente beatificación, decretada por nuestro querido Papa Francisco, del Obispo Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei. La santidad de Dios se refleja en sus santos y, con expresión del Santo Padre, tiene rostro. A la luz de la Liturgia de la Palabra, me gustaría contemplar con vosotros esa bondad de Dios que Álvaro del Portillo supo encarnar: queremos “descubrir a Jesús en el rostro”del nuevo Beato. Con una fidelidad llena de amor, siguiendo el ejemplo de san Josemaría, anunció el mensaje cristiano en obras y de verdad, haciéndose eco de la belleza de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y su afán por las almas le empujó a llevar el calor de nuestra fe al mundo entero.
1. “Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré” (Ez 34,11). Es grande la promesa que Yahveh hace, por boca del profeta Ezequiel, a los miembros del Pueblo elegido que habían sufrido la deportación. A pesar de las infidelidades de los hombres, el Señor manifiesta su cercanía, y se compromete a protegerlos y a guiarlos: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar” (Ez 34,17).
La historia de Israel avanza sostenida por la esperanza del cumplimiento de estos vaticinios, que se realizarían plenamente con la Encarnación del Verbo. En efecto, Jesucristo aplica a sí mismo esta conmovedora imagen, y se presenta como el Buen Pastor, que da la vida por las ovejas que recibió del Padre (cfr. Jn 10,11.29). Así, manifiesta al mismo tiempo su íntima ‒consubstancial‒ unión con el Padre y la misión que tiene delante de los hombres. En los cuidados del Buen Pastor reconocemos, pues, la misericordia del Padre Eterno, que busca a sus hijos para atraerlos a sí, reuniéndolos en una misma casa, que es la Iglesia.
La misión de Jesucristo se prolonga de modo particular en los Apóstoles y sus sucesores. Él se hace presente en aquellos que ha designado como Pastores de su Pueblo: por eso, san Pablo se considera servidor de la Iglesia, y es consciente de haber recibido un encargo preciso, en favor de los fieles (cfr. Col 1,25). Comunicar este inmenso amor de Dios hacia los hombres es algo que sobrepasa las capacidades humanas, y casi parecería una temeridad pretender hacerlo; no obstante, el Apóstol exclama que cumple su misión no por su propia virtud, sino por la de Cristo: “lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí” (Col 1,29). Álvaro del Portillo fue un pastor fiel, según el anuncio que el profeta Jeremías había hecho al pueblo, de que Dios concedería pastores según su corazón (cfr. Jer 3,15). Así, el beato Álvaro correspondió a la fidelidad llena de misericordia de Dios, que la Escritura designa como verdad y amor.
Al inicio de esta celebración Eucarística, en la oración colecta nos hemos dirigido a Dios, el Padre de las misericordias que colmó al beato Álvaro del Portillo de un espíritu de verdad y de amor . Y es que la gracia actuó con fuerza en este obispo bienaventurado, manifestando con su vida entregada al Pueblo de Dios la misericordia del Padre. Lo hizo en una época en la que también los hombres y mujeres siguen necesitados de experimentar la ternura del Padre, que cura las heridas de los corazones, fortalece las almas débiles y reconduce por el buen camino a quien lo había perdido (cfr. Ez 34,16). Por eso, el beato Álvaro invitaba a acercarse al Señor, a perseverar fielmente a su lado para colmar la vida de dicha: “no ‘le’ dejes, y te enamorarás; sé leal y acabarás loco de amor a Dios”escribió en una ocasión, comentando el punto final de la obra de san Josemaría, Camino.
2. El espíritu de verdad impregnó la vida del beato Álvaro del Portillo. Fue un auténtico colaborador de la verdad (cfr. 3 Jn 1,8), de esa verdad que salva, que es la fe en el Dios Uno y Trino. Difundió entre muchas personas de la más diversa condición el mensaje evangélico. Siguiendo las huellas de san Josemaría Escrivá de Balaguer, realizó viajes desde América hasta Oceanía para mantener numerosos encuentros de catequesis, explicando la doctrina cristiana a los hombres y mujeres del mundo de hoy, tanto en países de arraigada tradición cristiana como en aquellos en los que el anuncio de Jesucristo aún se sigue abriendo paso. En su colaboración con la Sede Apostólica fue un fiel custodio de la Tradición de la Iglesia, al mismo tiempo que sabía que había que transmitirla a sus contemporáneos con la misma fuerza y vivacidad de la Iglesia primitiva. En este sentido, colaboró eficazmente en los trabajos del Concilio Vaticano II, cuyas enseñanzas se encontraban constantemente en su predicación y empeño pastoral: especialmente la llamada universal a la santidad, el papel insustituible de los laicos y su libertad, la vocación y misión de los sacerdotes.
Como servidor de la verdad, el beato Álvaro también promovió la creación de universidades y centros de enseñanza, impregnados del espíritu evangélico. En una época que exalta el valor de la libertad, no dejó de recordar que la verdad hace libre al hombre (cfr. Jn 8,32), y específicamente, la verdad de la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
Por eso, junto a este servicio infatigable a la verdad ‒y como fundamento imprescindible‒, en la vida del beato Álvaro contemplamos un espíritu de amorrebosante. Era una caridad operativa, que lo llevó a secundar constantemente al fundador del Opus Dei de una manera silenciosa, pero no por eso menos eficaz. En esta entrega tampoco faltaron los dolores y contradicciones, que supo llevar con una auténtica paz, reconfortado por la gracia de Dios. Así, podía decir lo mismo que san Pablo escribía a los de Colosas: “ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
En su ministerio pastoral, supo ser un sembrador de paz y de alegría. Muchos testigos recuerdan la mirada serena del beato Álvaro, que transparentaba una profunda relación filial con Dios Padre, y que comunicaba espontáneamente la paz de quien se sabe hijo muy amado. En sus viajes pastorales invitaba a las personas que lo oían a dejar que esta serenidad cristiana gobierne su actividad diaria, haciendo del trabajo, de la vida familiar y las demás realidades cotidianas una ocasión de encuentro con Jesucristo.
Sabía también este santo pastor que la paz solo puede llegar a la comunidad humana si las relaciones que le dan forma están llenas de justicia y de amor. Por eso, en viajes y cartas pastorales encontramos invitaciones apremiantes a no ser indiferentes hacia la suerte de los demás hermanos. Porque el Señor llama a todos a ser también instrumentos de su misericordia, aliviando las necesidades materiales y espirituales de los hombres que comparten con nosotros la existencia. Así, son numerosas las iniciativas de beneficencia y promoción social cuyo origen está ligado de un modo u otro a la vida y predicación del beato Álvaro.
3. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16). Podemos decir que esta inquietud del Señor estuvo fuerte en el corazón de pastor del nuevo beato. Su mirada se dirigía a todo el mundo. Por eso, con sus enseñanzas, oración y ejemplo impulsó a sus hijos e hijas a trabajar en los ambientes más variados, convirtiéndolos en una ocasión de presentar la figura de Jesús a las personas con las que convivían. En efecto, como enseña el Papa Francisco, “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” . Animó a muchos cristianos a ser consecuentes con su vocación de ser luz del mundo, dejándose iluminar por el Señor. En algunas ocasiones, comparaba la fuerza transformadora de la Eucaristía en las almas con el sol cuyos rayos, en el ocaso, parecen incendiar la tierra: así también los cristianos pueden brillar y dar luz por donde se muevan, si reciben al Señor en el Sacramento del Altar.
Llevar la luz y el calor de Cristo a todas las almas: ese fue un afán que caracterizó la vida del nuevo beato. Por eso, secundó la llamada de san Juan Pablo II de realizar una nueva evangelización en los países en los que se había obscurecido el mensaje de alegría y misericordia de Nuestro Señor. Y también comenzó el apostolado de la Prelatura del Opus Dei en otros sitios donde todavía no se había afianzado el Evangelio.
Como nos lo recuerda el Papa Francisco, “la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados” . Esta Misa en acción de gracias es también una invitación para que reavivemos todos nuestro compromiso apostólico. La celebramos en este templo, que custodia la venerada imagen de Santa María, Salus Populi Romani. A ella acudió el Santo Padre Francisco a la mañana siguiente de haber sido elegido sucesor de Pedro. El beato Álvaro también fue numerosas veces peregrino de este santuario mariano. Así, el 1 de enero de 1978 estuvo rezando aquí para iniciar un año mariano de acción de gracias por el 50º aniversario de la fundación del Opus Dei. Sabía que para llegar a Jesucristo el mejor camino es recurrir a su Santísima Madre, según estas palabras del fundador del Opus Dei, que había recibido en lo más profundo de su corazón: “A Jesús siempre se va y se «vuelve» por María”.
Queridos amigos, también hoy queremos confiar nuestro camino cristiano a la protección de Santa María. Y repetimos nuestro agradecimiento al Señor que, por la mediación de su Santísima Madre, nos ha mostrado su misericordia en la vida del beato Álvaro del Portillo: ¡que el nuevo Beato intercede para que seamos buenos hijos de tan buena Madre! Así sea.

martes, 30 de septiembre de 2014

Traslado de las reliquias del Beato Alvaro

 Del 29 de septiembre al 2 de octubre, numerosos romanos y quienes han llegado a Roma desde otros países acuden a rezar ante el nuevo beato en la basílica de San Eugenio, donde se han colocado provisionalmente sus restos mortales para facilitar la afluencia de fieles
A las seis de la tarde, el féretro con los restos mortales del beato Álvaro fue transportado desde la cripta de la Iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, donde reposa habitualmente, hasta la cercana basílica de san Eugenio.
Fieles venidos de todo el mundo recibieron al beato, que fue llevado en procesión hasta el presbiterio, con un largo aplauso. Tras una liturgia de la Palabra, el Prelado del Opus Dei dirigió unas palabras a los asistentes.
“Pienso −ha dicho Mons. Javier Echevarría− que todos hubiéramos querido llevar el féretro para agradecer al beato Álvaro su vida de entrega y servicio a la Iglesia, su interés por cada uno de nosotros, y por su amor diario a la voluntad de Dios”.
El Prelado ha señalado que “estamos ante los restos de un hombre, de un sacerdote, de un amigo, que supo dejar todo en las manos de Dios, y por eso vivía siempre tranquilo, feliz. Era un gran comunicador de paz. Pidámosle con sinceridad: ayúdanos a ser testigos del amor que Dios tiene por nosotros”.
Al finalizar la homilía, Mons. Echevarría bendijo a los asistentes con una reliquia del nuevo beato. A continuación, numerosos fieles se acercaron a la urna donde se encuentra, y pasaron por ella estampas, rosarios, fotografías, papeles con peticiones, etc.
Desde entonces, se han sucedido concelebraciones eucarísticas junto a los restos mortales de Álvaro del Portillo. Según Mara Celani, portavoz de los actos romanos para la beatificación, el 29 por la tarde acudieron a esta basílica unas 20.000 personas.
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domingo, 28 de septiembre de 2014

SAXUM


Misa de acción de gracias por la Beatificación del Beato Alvaro del Portillo

Esta mañana se ha celebrado la Misa de acción por la beatificación de Álvaro del Portillo. Ha tenido lugar en las mismas calles de Valdebebas donde ayer se reunieron más de 200.000 asistentes a la beatificación. Muchos de ellos volvieron a sus hogares en el mismo día para abaratar el viaje, pero hoy todavía asistieron varias decenas de miles de personas.

Al inicio de la ceremonia durante el Ángelus, el  Papa Francisco desde Roma ha recordado la beatificación que tuvo lugar ayer en Madrid y ha pedido que “el ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal del obispo Álvaro del Portillo suscite en muchos el deseo de unirse siempre más a Cristo y al Evangelio”.
Oración por las familias de todo el mundo unidos al Papa Francisco
Ante una asistencia formada por familias de diversos países el prelado del Opus Dei les dedicó buena parte de su homilía. Lo hizo recordando la petición del Papa Francisco de dedicar este domingo a la oración por la celebración de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a la familia: “En este día, que el Santo Padre Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa comunión de amor, esa escuela del Evangelio que es la familia”.
Mons. Echevarría se dirigió a las familias para decirles: “el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo entero”.

También quiso agradecerles: “Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de los ancianos, de los enfermos”
La muchedumbre de estos días testimonia la fecundidad de la vida de Álvaro del Portillo
El Prelado comenzó su homilía refiriéndose a la ceremonia de beatificación celebrada el día anterior: “La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro”. Explicó que “no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei”.


Álvaro del Portillo transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados
Durante la Misa de acción de gracias, Mons. Echevarría explicó que “mirando la vida santa de don Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma”. El prelado animó a que “los demás descubran en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados”.
En continuidad con ese espíritu solidario, las colectas de las misas de ayer y hoy se destinarán a cuatro proyectos sociales que comenzó el nuevo beato:
-La construcción de un pabellón materno-infantil en el Niger Foundation Hospital and Diagnostic Centre, en Nigeria, que favorecerá la atención de 12.000 consultas anuales.

-Un programa para erradicar la malnutrición infantil en Bingerville (Costa de Marfil), que se destinará a 5.000 beneficiarios directos.
-Cuatro ambulatorios en el área periférica de la República del Congo, desde los que se ofrecerá asistencia sanitaria a 10.000 niños al año.
-Becas para la formación de sacerdotes africanos en Roma.
Al terminar la ceremonia los 3.500 jóvenes voluntarios colaboraron en la recogida de los materiales empleados para la ceremonia y en la limpieza de las calles.

    Homilia de Mons. Javier Echevarria por la Misa de acción de gracias en Valdevebas

    Opus Dei - 28 de septiembre: homilía de Mons. Javier Echevarría
    “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”: “ut diligátis ínvicem, sicut diléxi vos” (Jn 15, 12).
    Queridos hermanos y hermanas, estas palabras del Evangelio resuenan hoy en mi alma con una alegría nueva, al considerar que la muchedumbre presente ayer en este lugar, muy en comunión con el Papa Francisco y con todos los que nos acompañaban desde los cuatro puntos cardinales, no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei.
    1. El Señor, al instituir la Eucaristía, dio gracias a Dios Padre por su bondad eterna, por la creación salida de sus manos, por su misterioso designo de salvación. Agradecemos ese amor infinito manifestado en la Cruz y anticipado en el Cenáculo. Y le preguntamos al Señor: ¿cómo hemos de proceder para amar como tú nos has amado?; para amar como amaste a Pedro y a Juan, a cada uno de nosotros, y también a san Josemaría y al beato Álvaro.
    Mirando la vida santa de don Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma. E incorporamos a nuestra alma esa oración de san Josemaría que tantas veces ha repetido el nuevo Beato: “Dame, Señor, el Amor con que quieres que te ame[1]”, y así sabré amar a los demás con tu Amor, y con mi pobre esfuerzo. Los demás descubrirán en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados. Nos llena de gozo que en la segunda lectura, se nos recuerde la presencia de Cristo en nosotros que nos reviste “de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3, 12).
    Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios pidiéndole más amor. En la madurez de la juventud, cuando tenía 25 años, don Álvaro era “saxum”, roca, para san Josemaría. Desde su humildad, contestó un día por carta al fundador del Opus Dei con estas palabras: “Yo aspiro a que, a pesar de todo, pueda Ud. tener confianza en el que, más que roca, es barro sin consistencia alguna. Pero ¡es tan bueno el Señor![2]”. Esa seguridad en la bondad divina puede empapar toda nuestra existencia. “Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad”, hemos rezado en el Salmo responsorial (Sal 138 [137], 2). Y se alza nuestra gratitud a la Trinidad Santísima porque permanece con nosotros, con su Palabra, Jesucristo mismo (cf. Col 3, 16) y con su Espíritu, que nos llena de alegría (cf. Jn 15, 11; Lc 11, 13) y hace posible que nos dirijamos a Dios llamándole, llenos de confianza, “Abba, Pater”: “¡Padre! ¡papá!”.
    2. “La trinidad de la tierra nos llevará a la Trinidad del Cielo[3]”, repetía don Álvaro según la enseñanza y la experiencia del Fundador del Opus Dei. Jesús, María y José nos conducen al Padre y al Espíritu Santo; en la humanidad santa de Jesús descubrimos, inseparablemente unida, la divinidad[4].
    ¡La Sagrada Familia! Con palabras de la primera lectura, bendecimos al Señor “que enaltece nuestra vida desde el seno materno y nos trata según su misericordia” (Ecl50, 22). El texto sagrado nos menciona que ya antes de nacer nos amaba Dios. Viene a mi memoria aquel poema que Virgilio dirige a un niño recién nacido:“Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem” (Virgilio, Égloga IV, 60)”: “Pequeño niño, comienza a reconocer a tu madre por su sonrisa”. El niño que nace va descubriendo el universo; en el rostro de su madre, lleno de amor: en esa sonrisa que le acoge, el nuevo ser apenas venido al mundo descubre un reflejo de la bondad de Dios.
    En este día que el Santo Padre Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa “communio dilectionis”, esa “comunión de amor[5]”, esa “escuela[6]” del Evangelio que es la familia, como decía Pablo VI en Nazaret. La familia, con el “dinamismo interior y profundo del amor[7]”, tiene una gran “fecundidad espiritual[8]”, como enseñó san Juan Pablo II, a quien el beato Álvaro estuvo unido por una filial amistad.
    Al dar gracias a don Álvaro, damos gracias a sus padres que le han acogido y educado, que han preparado en él un corazón sencillo y generoso para recibir el amor de Dios, y responder a su llamada. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”; así fue don Álvaro: un hombre cuya sonrisa bendecía a Dios, que “hace cosas grandes” (Ecl 50, 22), y que contó con él para servir a la Iglesia extendiendo el Opus Dei, como fiel hijo y sucesor de san Josemaría.
    Rezamos para que haya muchas familias que sean “hogares… luminosos y alegres… como fue el de la Sagrada Familia[9]”, en palabras de san Josemaría. Nuestra gratitud a Dios se alza por el don de la familia, reflejo del eterno amor trinitario, lugar donde cada uno se sabe amado por sí mismo, tal como es. Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de los ancianos, de los enfermos.
    Familias: el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo entero. Acordaos de que, como dijo el querido Benedicto XVI, “la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor[10]”.
    3. “Sed agradecidos”, nos exhorta san Pablo (Col 3, 15). El beato Álvaro, pensando en lo que debía a san Josemaría, afirmaba que “la mejor muestra de agradecimiento consiste en hacer buen uso de los dones recibidos[11]”. En su predicación, en tertulias, en encuentros personales, en todas partes, nunca dejaba de hablar de apostolado y de evangelización. Para permanecer en ese amor de Dios que hemos recibido, debemos compartirlo con los demás; la bondad de Dios tiende a difundirse. El Papa Francisco decía que “en la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia[12]”.
    “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15, 16). Después de haber insistido el Señor en que la iniciativa es siempre suya, en la primacía de su amor, nos envía a difundir su Amor a todas las criaturas: “Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (ibídem).“Manete in dilectione mea”: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Permanecer en el Señor es necesario para dar un fruto que a su vez eche raíces profundas. Jesús lo acaba de decir a sus discípulos: “Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4).
    La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro. Os invito, hermanas y hermanos, a estar, a desenvolveros en el amor del Señor: en la oración, en la Misa y la Comunión frecuente, en la confesión sacramental, para que, con esa fuerza de la predilección divina, sepamos transmitir lo que hemos recibido, y llevarlo a cabo mediante un auténtico apostolado de amistad y confidencia.
    En la carta que me escribió el querido Papa Francisco con ocasión de la beatificación de ayer, nos decía que “no podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás[13]”; y añadía que el beato Álvaro “nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir para anunciar el Evangelio”, y también que “nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad[14]”.
    En este camino, con muchos ángeles, nos acompaña la Santísima Virgen. María es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa y Templo de Dios Espíritu Santo. Es Madre de Dios y Madre nuestra, la Reina de la familia, la Reina de los apóstoles. Que Ella nos ayude, como lo hizo con el beato Álvaro, a seguir la invitación del Sucesor de Pedro: “Dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él que guíe nuestra vida[15]”, como tantas veces san Josemaría pidió a la Virgen de la Almudena muy querida y venerada en esta Archidiócesis. Así sea.

    Beato Alvaro del Portillo

    Palabras del Cardenal Rouco

    Al concluir esta solemne ceremonia de beatificación, doy gracias a Dios por cuantas maravillas ha hecho en la persona del beato Álvaro del Portillo y, a través de su fidelidad, en la de tantos hombres y mujeres de todo el mundo.
    Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco, que quiso que la beatificación se celebrara en esta querida Archidiócesis de Madrid, pues me atrevería a decir que el beato del beato Alvaro Portillo, nacido aquí, es particularmente nuestro, y que nos bendice especialmente desde el cielo: y porque tenía esas raíces profundas, pudo y supo ser ciudadano del mundo, de esos cinco continentes a donde viajó; maravillosamente representados en esta asamblea orante.
    En esta ciudad el nuevo beato recibió el Bautismo y la Confirmación, e hizo la Primera Comunión, y, gracias también a la educación recibida en su familia y en el colegio, creció desde joven en su amor a Jesucristo. Cursó en Madrid la carrera de ingeniero de caminos, siendo a la vez evangelizador de los más pobres en las chabolas de aquella ciudad Capital de España en un proceso de expansión urbana y demográfica incesante en el que se reflejaban los graves problemas sociales, humanos y religiosos de una época -la primera mitad del siglo XX- de la historia española y europea, especialmente dramática.
    Siempre en Madrid, en plena juventud, y tras conocer a san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, el beato Álvaro secundó con prontitud la llamada que Dios le dirigía a buscar la santidad en Medio del mundo a través de la santificación del trabajo profesional y la dedicación al apostolado.
    También en nuestra ciudad, y en los convulsos años de la Guerra Civil, tuvo ocasión de dar testimonio de su amor y fidelidad a Cristo, tanto en una difícil y arriesgada labor de catequesis como en los meses que pasó encarcelado. En 1944, el beato Álvaro del Portillo recibió la ordenación presbiteral de manos de mi predecesor, Mons. Leopoldo Eijo y Garay.
    La Iglesia particular de Madrid es sensible a las necesidades de la Iglesia universal. Aunque el beato Álvaro marchara a Roma en 1946, no por esto dejamos de considerarlo madrileño. Como Iglesia diocesana nos enorgullecemos de su fiel ayuda a san Josemaría en la difusión del mensaje del Opus Dei por todo el mundo y de su contribución al Concilio Vaticano II. También de su ejemplar talento en suceder con humildad y fidelidad al Fundador, y de su ejercicio del ministerio episcopal en unión con el Sucesor de Pedro y con el colegio episcopal.
    Esta ceremonia en la que se han reunido personas del mundo entero, me trae el recuerdo de otra celebración festiva y universal de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid que supuso una lluvia de gracias para todos y de modo particular para nuestra ciudad. En aquellos días de agosto de 2012, presididos por el Papa Benedicto XVI, estaríais muchos de los presentes, acompañados también por el coro que hoy ha actuado.
    La huella del nuevo beato está muy presente en Madrid. No sólo ni principalmente por razones históricas. Lo está también por la influencia que su vida y escritos obran en los corazones de tantos fieles de esta Archidiócesis. Y por el bien espiritual y social que hacen tantas iniciativas que a él deben su primera inspiración. ¡Que la intercesión del beato Álvaro del Portillo siga protegiéndolas!
    Quiero recordar que, en el trato personal que tuve con el beato Álvaro, por ejemplo con ocasión del Sínodo de Obispos de 1990, percibí cuánto destacaban su bondad, su serenidad y su buen humor. “En la Comunión de la Iglesia”: sí, el beato Álvaro me recuerda mi lema episcopal, “In Ecclesiae Communione”. Amaba a la Iglesia y por esto era hombre de comunión, de unión, de amor.
    Pido a la Santísima Virgen de la Almudena que también nosotros, como fieles anunciadores del Evangelio, sepamos corresponder a la llamada del Señor para servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

      Palabras del Prelado D. Javier Echevarria finalizada la ceremonia

      Al finalizar esta solemne celebración, deseo manifestar mi más hondo agradecimiento a la Santísima Trinidad por el don que hoy ha hecho a toda la Iglesia. La elevación a los altares de don Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer, nos recuerda de nuevo la llamada universal a la santidad, proclamada con gran fuerza por el Concilio Vaticano II. La trayectoria terrena del beato Álvaro nos muestra que el cumplimiento cabal de los propios deberes marca el camino de la santificación personal, la senda que conduce a la plena unión con Dios, a la que todos debemos aspirar.
      Doy gracias también a la Santísima Virgen, de cuya mediación materna nos llegan todos los dones del Cielo. Ruego a la Madre de Dios y Madre nuestra que siga intercediendo por todos, por cada una y por cada uno, para que recorramos hasta el final nuestra senda de santificación. Le suplicamos de modo particular por las hermanas y los hermanos nuestros que, en diversas partes del mundo, sufren persecución e incluso martirio a causa de la fe.
      Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco por su paternal mensaje, por su cercanía y por sus claros consejos para la lucha espiritual de los cristianos. Con honda gratitud me dirijo al Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, que, en nombre del Papa, con tanta dignidad y afecto ha procedido a la beatificación. Pido a todos que este agradecimiento se manifieste en una oración diaria, constante, esforzada, por la Persona y las intenciones del Romano Pontífice, por los Obispos y sacerdotes. Tengamos muy presente la inminente Asamblea del Sínodo de los Obispos. Supliquemos al Espíritu Santo que ilumine a los Padres sinodales en sus reflexiones, para el bien de la Iglesia y de las almas.
      Me considero deudor de especial agradecimiento a Benedicto XVI, que abrió el camino de esta beatificación con el reconocimiento de las virtudes heroicas de don Álvaro; también al Cardenal Antonio María Rouco, Arzobispo de Madrid, que con tanto interés ha seguido el iter de la Causa a lo largo de estos años. Agradezco, en fin la presencia de tantos Cardenales, Obispos y sacerdotes. Para todos, la beatificación de don Álvaro del Portillo tiene un significado especial por la fidelidad con que vivió su servicio directo de la Iglesia, a lo largo de muchos años. No olvido, además, que es uno de los colaboradores del Papa en la Curia Romana que, habiendo participado activamente en el Concilio Vaticano II, ha sido declarado Beato.
      Imagino la alegría —parte de la gloria accidental— que tendrán en el Cielo los santos Pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II, y el próximo beato Pablo VI, a quienes don Álvaro sirvió con fidelidad plena y trató con afecto filial. Y me agrada muy de veras pensar especialmente en el gozo de san Josemaría Escrivá de Balaguer, al ver que este hijo suyo fidelísimo ha sido propuesto como intercesor y ejemplo a todos los fieles.
      Doy las más expresivas gracias a los componentes del coro y de la orquesta, que nos han ayudado a vivir más a fondo la sagrada liturgia, y a todos los presentes: con vuestras respuestas y vuestros cantos habéis entonado una magnífica sinfonía dirigida al Cielo.
      Nunca acabaría de manifestar mi gratitud a quienes ha dedicado horas y horas de trabajo alegre para preparar la celebración. Un agradecimiento particular para los profesionales de los medios de comunicación, que han hecho posible que tantas personas en todo el mundo hayan podido participar desde sus países en esta ceremonia.
      Gracias también muy especialmente a los que han preparado —con su oración y su sacrificio— los abundantes frutos espirituales de estos días. Concretamente a los enfermos y a quienes, por diversos motivos, no han podido acompañarnos físicamente. Sin embargo, espiritualmente, han estado muy unidos a nosotros, con el ofrecimiento de sus enfermedades o de sus ocupaciones. A todos, ¡muchas gracias! Y que el ejemplo y la intercesión del nuevo beato nos impulsen a recorrer sin tregua, llenos de la alegría cristiana, la senda de la santidad.

        Homilia de la Misa de beatificacion

        Opus Dei - 27 de septiembre: homilía de la Misa de beatificación
        1. «Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»[1]. Este es el retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas[2].
        El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»[3]. Y este anuncio de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia»[4].
        La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas –también aquellas más arduas como las persecuciones– no son sino un himno a la alegría.
        2. Son muchas las virtudes –como la fe, la esperanza y la caridad– que el Beato Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos hábitos virtuosos a la luz de las bienaventuranzas de la mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de corazón. Los testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió también como una figura de gran humanidad.
        Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno...»[5].
        Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
        3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario.
        Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.
        Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.
        4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer –que entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años–, respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al apostolado.
        Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de Europa.
        Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de Cristo –bonus odor Christi[6], que es el aroma de la auténtica santidad.
        5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e identificación con Cristo, manso y humilde de corazón[7]. Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa, porque –así se lo comentó– se consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de personas y la escasa ventilación[8]. Fue una gran lección de sencillez y de piedad.
        Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente “contagiado” por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir[9]. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea»[10]. Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies»[11]; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado.
        Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad[12]. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde»[13]. Tampoco olvidaba que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era “la humildad en persona”[14].
        Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente»[15].
        Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»[16]. La humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor»[17].
        Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito o en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo total.
        6. Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal Ratzinger pronunció en 2002, con ocasión de la canonización del Fundador del Opus Dei. Hablando de la virtud heroica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo: «Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él se ha mostrado transparente y disponible para que Dios actuara [...]. Esto es la santidad»[18].
        Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia»[19]. Nos invita a ser santos como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
        La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.
        Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra.
        Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos proteja.
        Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros.Amén.